Jilguero y naranjas


Ya solo quedan unos pocos grillos lánguidos. La noche, como un vino dulzón, los ha ido embriagando: blanda torpeza que los rendirá.
Todo el silencio, el perfume rosa, rosa el camino de polvo por el que va un labrador a su trabajo. La tímida luz primera va aclarando las cenizas del cielo. El labrador camina decidido a su naranjal. La bruma azulada que envolvía unos chopos se desvanece. Tiene el labrador la edad en que uno se cansa como no quiere, los hijos son ingratos y preocupan demasiado. La hierba está estrellada de menudas florecillas. Este labrador, como tantos, sabe bien lo que es el frío, el cansancio cuando aún quedan muchas horas para terminar la jornada y tantas cosas...
Y el sol, primero como una manzana, después limón y ahora limón muy lamido que pone las sombras del naranjo azules. El labrador ha ido sudando y por mucho que se incline, las agrias y duras ramas de los naranjos le quitan el sombrero y le arañan la cabeza.
La luz ha ido jugando con las cosas, como si las hubiéramos visto con distintas gafas de colores. Desmayada luz de naranja adormece ya todo el verde y los caminos; despiertan los primeros murciélagos. Se va la tarde. El labrador se va también, se encuentra cansado, brillante de sudor y sobre todo sediento.
Ha recogido unas pocas naranjas para casa. Tiene una en las manos y su sed: la naranja de sus manos le sonríe pero renuncia a ella y la reúne con las demás. Nuestro labrador levanta la vista y en lo más alto de un naranjo un jilguero ha iluminado el silencio con sus rizados gorjeos, entusiasmado.
... ... ...

Otro día las alpargatas del labrador han ido recogiendo el polvo del naranjal, la luz ha ido vistiendo las cosas de distintos colores. El cielo ha ido perdiendo sangría.
Las pocas naranjas para casa, con la mirada del labrador sudado y sediento, parece que han brillado con insinuación más cautivadora pero todas llegaron a casa: el jilguero cantó como un loco sobre el fondo malva del cielo.
... ... ...

Y un día más, el azul invadió el cielo, el trabajo de los naranjos frenaba al labrador como sueño que nos invade.
La sombra de los naranjos se ha alargado ya mucho y con el rocío la hierba huele profundamente. El labrador termina de trabajar y piensa en el agua fresca de un botijo, un pozo hondo. Duro para con él, va metiendo las naranjas en el saco, se detiene y a los pocos momentos se está comiendo una.
Alza la mirada: en las últimas ramas del naranjo dos jilgueros dan voces y risas como los niños con las olas del mar.
Algún murciélago vuela raudo y caprichoso, como asustado. Un grillo lo ha encendido, despertando a la estrella de los pastores...

A José Cascant Rivelles por ese su botijo
que suda frescor.


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