María: nostalgia de la tierra, de los hombres

Honorato
Poesía de encargo.

María aún se acuerda
del menudo canto
de un jilguero loco,
herido de amores
como un mágico violín
en unas manos de prodigio.

A menudo se la ve
alucinada,
sobrecogida con la nostalgia
da aquella diablura
en risa y juegos
del niño infatigable.

Por el cielo, se la encuentran
levemente azulada
como una luna de enero,
pensando
en aquel joven enfermo
que no puede
beberse los ocasos, casi inútiles,
o reír con las flores y
las muchachas
que le querrían

María vive con emoción
todos aquellos días blancos
de su adolescencia,
cuando los muchachos
le pedían sonrojados
o le ofrecían
algún beso puro.

Hace muchos años
que perdió
sus viejas amigas,
las moscas,
o las mariposas
volando en dibujo
caprichoso,
torpemente.

Se siente madre, también,
de la muchacha
que solloza
que se le asoman unas lágrimas
porque van pasando las tardes
y no le llega el novio.

María se fue volando
como una golondrina
hacia la luz,
hacia la armonía
y han pasado
infinitas primaveras
y no han vuelto.

En su corazón
tiene una parada
como en una fotografía,
aquella noche,
augusta,
inefable de Belén:
Dios niño
y Ella su madre.

La vida en recuerdos
es de otro color, de luz distinta,
calor y fragilidad;
recuerdos de María
con los apóstoles
y Jesús en el calvario,
fuente de cinco
chorros rojos.

María asistirá
a mi muerte
y me enseñará
a amarla,
a llamarla de hermana;
delante de Dios
apoyaré mi brazo en ella.

Nunca deja de estar
con los ojos
puestos en nosotros,
y nos encontramos
con azúcar y música
en la vida;
se encarga de que las estrellas
nos sonría,
como la muchacha
que queremos.

La vemos en la alegría
húmeda aún
de los afligidos;
se transforma
en el misterio de un niño
para una madre
que está en delirio
por él,
y nos aturde,
nos desconcierta.

María manda
A Dios
que ría
en el humo blanco
de las tardes de otoño,
que se nos burle cariñoso
cuando no acertamos
a tocarle
y le tenemos

Es la enferma,
la loca por los hombres.
Por nosotros para a Dios
como un inmenso alud.
En sus manos nos recoge
y nos presenta a Él.
Si queremos entrar en el cielo
y Dios nos cierra su puerta
Ella nos cuela
por ese punto que nadie
sabe;
y luego nos sacude,
nos libra del asombro
con unos golpecitos a la espalda
y su copita de vino
dulzón y fácil
que nos entibia las orejas.

Es Ella
la que nos hace comprender
que todo día
es nuevo desde el principio,
y seguimos tirando
de la vida,
empujándola
sorteándola a veces,
por Ella el cielo,
cada tarde,
nos parece
de fragilidad de lirios, y
sigue nuestro corazón
palpitando
delicada, tibiamente.

Es María
la que pone firme
nuestra mano
para seguir tachando
las flores marchitas,
sin perfume ya,
para recoger estrellas caídas,
levantar
mendigos tiritantes
por los fríos caminos de la vida.
Es Ella con su mirada,
con su sonrisa.

Arranca de nuestro cansado
corazón
una sonrisa, una canción
que nos duelen
porque casi habíamos olvidado
cómo se hacía eso de cantar,
de sonreír.
Articulamos
palabras ya casi olvidadas,
se nos escapa
un grito muy alto
ante el chopo
todo amarillo,
todo tembloroso.
Y es Ella con su mirada,
con su sonrisa.

María baja los ojos,
dirige la vista hacia la tierra
siempre
fuera de sí, impaciente
porque nos aguarda.
Está ya con lágrimas de alegría
y todo su calor de madre
encendido,
nos tiene preparada
una fiesta
y ha puesto a todo el cielo
patas arriba.


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