Oración para la bienandanza
Penosamente a trallazos agrios
se va desdibujando la gozosa existencia, el vivir, asombrado por la realidad
cotidiana, anónima. Se diluye mi esperanza exultante prendida a los días de luz
y sombra, puros, tal cual son.
Abriros ya, compuertas de la
dulzura, del júbilo a nuestra talla. Este grito conmueve ya al último astro; el
rayo lo ha asumido y es portavoz; el aura lo atrono en su pecho de ecos.
Hoy quiero zanjar las sordas
quemaduras del absurdo penar en un acto creador; palpar, fruir la realidad,
recrearla. Presiento infinitas más faces a este tiempo obligado. Dinamito este
hielo, envoltorio febril y alucinante. A trizas vuelco el torbellino terco con
este acto incandescente. Salta ya, nuevo rostro de mi entorno, laberinto.
Irrumpa la luz de la vida nueva, fruto álgido de viejas amarguras, luna nueva,
primavera: es pan ganado con creces. El bosque se agota, el claroscuro se
decanta...
Alados los dedos sobre el
confidente papel rezuma la esperanza y la fe en presente, acto.
Reverdece el agua de la roca,
apetecida, hilo, afable y dulzón que puebla mis galerías. Ágiles pies de un
elemental bolígrafo que aldaba las puertas inciertas de la entraña.
Y zigzaguea concomitante,
asaltante más que un leopardo, este lastre tiznado, puerco.
Pido la bienandanza.
Enero 1977
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