Sed de infinito


Somos los eternos insaciados, seremos los eternos insaciados hasta que un día Dios nos abra la puerta.
Una música inefable nos estrecha porque nuestra sed es infinita, sed de música, de armonía.
Nuestro cansado corazón no se agota con el misterio de un alma de muchacha, ni nuestros ojos – siempre insatisfechos – con lo augusto de un firmamento estrellado o los mil (mejores) paisajes escogidos.
Una alegría intensa únicamente aprovecha para volver a despertar en nosotros esa ansia de infinito.
Toda lejanía, el límite más dilatado nos aprisiona. Pero vendrá un día que no habrá ya línea de horizonte, todas las barreras se vendrán abajo. Cuando Dios nos abra su puerta nos cegará, nos ahogará con su todo, cederá el paso a su infinito en nosotros. Y hasta que ese día llegue, vayámonos de sus pálidos, minúsculos reflejos, vagando como los eternos insaciados.

30 de Octubre 1968


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