VI
¡Quién pudiera llevarse a casa
la naturaleza, su silencio, todo hombrecito!
El amarillo de mis toallas no es
de las menudas florecillas que ignoro su nombre. Cuando el cielo que vemos, es
todo un cristal sucio y polvoriento, no me acuerdo de los olvidados cristales
del desván en el que reposan pasadas alegrías, objetos que de puro trato se nos
volvieron vulgares, otros entrañables, cajas con ceniza de atardecer.
Habitación siempre deseada,
añorada en lo más alto de la casa en horas de soledad: la ventana como lienzo
para el campo que daba luz azul por las tardes, los cantos del carretero allá
lejos; aire travieso que me tirabas las cuartillas por el suelo...
No quiero al jilguero para la
jaula. Que se llene de semillas de los caminos, y para beber los charcos; el
preferirá ser cabeza de rata a cola de león...
Que empiecen los músicos y las
muchachas se levanten las faldas.
A Mari Carmen
por ese éxito
sonado, devotamente.
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