VIII


Quisiera cantar y tengo la voz ronca, ronco el aliento, aliento de cigarro que se me enciende todo de golpe hasta los labios. Otra vez la soledad que ni mi arte se la bebe. La guitarra no tiene aire, mi guitarra de niño asombrado. Niño que de golpe se ha cansado, mustia su carne. Y es que a mi niño le sobra corazón.
La paz del hombre es miedo porque los cuchillos siguen relucientes. Aquí canta Dios, amigo inasible, gris.
Ya de noche.
Pensemos un momento. Termina el día y ojalá nuestro ojos se cierren de cansancio. Que el sueño nos haga olvidar, olvidarnos hasta de nosotros mismos. Será un hecho feliz, porque haber trabajado durante el día será haber amado a Dios.
Amar a Dios puede entenderse como algo muy concreto. Y es realmente lo único que interesa: un amor loco, sin medida.




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